
Muchas veces me pregunto cuantos sitios quedarán prácticamente vírgenes sin explorar en el mundo.
Siempre sueño con llegar a esos sitios más remotos donde no ha llegado el turismo ni las grandes cadenas hoteleras. Me da la sensación de que ya quedan pocos, y eso me entristece, pero no desisto en la búsqueda.
Deja la mente en blanco, y viaja conmigo… Imagínate navegando en bote por el segundo lago mas grande de América, el lago Nicaragua. El primero es el conjunto formado por los Grandes Lagos, en la zona de Michigan en Estados Unidos. El tercero ya está en Venezuela, el Lago Maracaibo.
Pero no me cortéis el rollo. Yo estaba en el Lago Nicaragua y tu venías conmigo, dirigiéndonos a Solentiname. El viento acaricia tu cara y el sol besa tu piel, mientras las gotas que llegan del lago al pasar la barca te hacen recordar que estás viv@, que es real, que no es un sueño. Abres los ojos y miras, observas… sientes. A tu alrededor un archipiélago de islas vírgenes, algunas solo habitadas por aves, otras por una población mínima con tradición de pintores bohemios. Tras una hora de travesía, desembarcas en un lugar remoto, de difícil acceso, miras alrededor y solo ves islas, árboles, verde, aves, agua… y ahí estás tú, en el auténtico paraíso donde no hay cobertura telefónica, y aún menos wifi, donde no hay agua caliente, y solo puedes hablar con las lagartijas y los sapos (que por mucho que hable con ellos, aún ninguno se me ha convertido en príncipe).
Respiras aire puro, sientes la brisa en tu cuerpo, oyes el mecer de las olas, y el sonido de los animales. Te tumbas en una hamaca, miras al cielo y miles de estrellas brillan encima de ti.
Los Guatuzos.
Me voy a explorar la reserva natural de los Guatuzos. Pido permiso a los militares para poder acceder, me lo conceden, y me adentro por los canales del río Papaturro en bote. Por el camino, me invade una sensación de paz, difícil de explicar. Me faltan ojos, por la derecha caimanes sacan sus ojos por encima del agua, por la izquierda iguanas de todos los tamaños y colores toman el sol arriba de los árboles. Aves de todas las especies sobrevuelan el cielo y se posan encima de las ramas. Un auténtico espectáculo de la naturaleza. Me siento dentro de un reportaje del National Geographic.
Llego a la reserva. Más selva. Dentro de la reserva, se pueden hacer distintas actividades, incluso quedarte a dormir. Yo me he ido a recorrer un sendero que pasa por un puente colgante, una de las cosas que me hace subir la adrenalina hoy, entre mosquitos, arañas y serpientes.
Después vivo otro privilegio. Sonia, que forma parte del equipo de conservación de la reserva, me gestiona la entrada en un criadero de caimanes. Forma parte de distintas acciones medioambientales para evitar su extinción. Y, sin pensármelo un segundo, he cogido uno. Aprieto con fuerza su mandíbula para evitar que me pueda herir con sus afilados colmillos y me permite sentir entre mis manos su suave piel, observar su cuerpo… sensacional. Aunque es un caimán pequeño puede ser muy peligroso porque puede desgarrarte un brazo o herirte de gravedad para defenderse. Es un animal tranquilo si no le molestas, no como el cocodrilo que es el gran depredador!
Continúo la caminata, y llego a unos puentes colgantes que se sostenían arriba de los arboles a metros de altura del suelo. Era como volar por encima de la selva, como estar levitando, colgando de un hilo, una experiencia totalmente recomendable…sino tienes vértigo.
Y para finalizar por los Guatuzos, visito la comunidad local.
Sigo en el archipiélago de Solentiname, un paraíso bohemio, donde el sol te deslumbra de día y las estrellas brillan por la noche. Donde yo soy una invitada entre todos los animales que aquí habitan.
Solentiname, el sentido que le da vida a Serendib.
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